En el mundo del intersticio no hay destino. No se busca ni la emancipación tampoco la dominación. Es el suspenso de aquellas jerarquías pero sin perder la diferencia. El intersticio es el paroxismo de lo relacional: ni todo, ni nada. Espacio de creación y de producción donde la vida brota a raudales, donde el cuerpo deja de estar enfermo porque no hay cuerpo, sólo oportunidades para crear cuerpos comunes. No es siquiera un entre, es la puesta en suspenso de todo lo sustancial y, sin embargo, es la sustancia misma que permite crear lo bello, lo que posibilita decirnos «nos hemos encontrado, somos amigos». Como una grieta en la pared, el intersticio nos recuerda su dureza y su fragilidad, cómo lo fuerte resulta vulnerado por diminutas fuerzas que hacen lo suyo a su antojo. No busquemos nada, no busquemos todo allí, la única búsqueda posible es la creación de aquello por venir, sin forma, sin prejuicio, sin moral.