Un imperativo perverso: Por todos lados se nos pide que hablemos ‘para que todos nos entiendan’, pero ¿quién nos dice que esos registros públicos son los que queremos o podremos habitar?

Paradoja extraña de la uniformidad que a veces nos permite entendernos, pero que en muchas otras ocasiones nos niega la posibilidad de entender que quizá todas las hablas pudieran llevarnos a otros lugares, situarnos más cerca del ‘entre’.

Capciosa sencillez que nos obliga a terminar siempre ventriloquizando la jodida lengua del imperio (sin al menos joderla un poquito).

Si todos habláramos sencillo, no habría queer ni gay. Por no haber no habría muchos de los conceptos que han hecho mundos más habitables.

¿Qué hay de la creación del entre, de formas de hablar raro en la filosofía y su producción conceptual, o de la poesía y su fabricación de imágenes textuales? Pero no sólo la filosofía ni la poesía inventan formas raras de hablar y de habitar el entre…

Los seres intersticiales hablan «raro», en lenguajes no necesariamente sencillos (recordemos, la mayor parte de las veces lo sencillo es la voz de lo hegemónico): como los de Ferrete o Baggs.

Hablamos raro, en ‘lenguas menores’ (Deleuze & Guattari), por necesidad de abrir otros mundos, de abrirnos a esos mundos por descubrir entre nosotros, a veces enterrados por una ‘lengua franca’ que quiere ser ‘extensa’ y ‘divulgativa’, pero que no representa nuestra más absoluta ‘vulgaridad’.

Elogio de lo vernáculo: «Para referirse a un nombre en lengua local, se prefiere el adjetivo «vernáculo» a «vulgar», por las connotaciones peyorativas de este último (vulgar es lo relativo al vulgo)» / «La palabra proviene del latín vernaculus, que significa nacido en la casa de uno, proveniente de vern, un esclavo nacido en la casa del amo»

Quizá para aprender a ser interesticiales necesitemos aprender la creación de la lengua: ¿Nos hacemos euracas?