pp.183-184

[…] Para él [Rancière], emanciparse no es huir o hacer huir, resistir no es crear, sino afirmarse como si se compartiera un mundo común en el litigio. Emanciparse es afirmar la pertenencia a un mismo mundo, «agrupamiento que no puede hacerse más que en el combate». La demostración de la igualdad consiste en «probar al otro que no hay más que un solo mundo». Para Rancière, lo político es la constitución de un «lugar común», pero no es el lugar de un diálogo o de una búsqueda de consenso: es el lugar de la división.

Ahora bien, los movimientos y las individualidades post-68 se constituyen como denegación de esta política que se funda en la idea de que «no hay más que un solo mundo». Desviando la fórmula de Deleuze, se podría decir: «Lo que los movimientos y las singularidades no quieren es la idea de un único mundo». Los movimientos de mujeres, una de las «categorías» citadas por Rancière, son los que han llegado más lejos, tanto práctica como teóricamente, en la estrategia de doble filo que intentamos describir. En primer lugar, las mujeres parecen seguir fielmente el recorrido trazado por la demostración de la igualdad: comienzan por plantear la pregunta: «¿Somos iguales a los hombres?». Y plantear esta pregunta, respondiendo afirmativamente, es justamente rechazar entrar en conflicto con la policía que define los lugares y las jerarquías de los sexos y los géneros.

Esta afirmación es al mismo tiempo una obra de desclasificación de la división de géneros operada por la policía. Pero aquí existe una ruptura radical en relación con el modelo propuesto por Rancière. Porque la desclasificación no puede hacerse en el espacio clásico de la política, incluso si, como hace Rancière, se la define a través de la división y de la prueba de la igualdad, en la medida en que este espacio político no puede contener más que un único mundo. La constitución del sujeto político es una «desidentificación» que ya no puede desarrollarse más que como proliferación de los mundos posibles que huyen del mundo «común y compartido» en el fundamento de la política occidental. Para volver a cuestionar las asignaciones identitarias, es preciso dejar de creer en la idea de que no hay más que un único mundo posible.

Para los movimientos postsocialistas, la demostración de la igualdad no es más que la condición de la apertura a un devenir, a procesos de subjetivación heterogéneos. En los movimientos de mujeres, después de la primera fase de afirmación de la igualdad, de acuerdo con la doble lógica invocada por Rancière, se ha abierto un debate acerca de los límites de los conceptos de género y de diferencia sexual, que habían sido definidos a través de la demostración de la igualdad. A partir de esas primeras adquisiciones igualitarias se han desarrollado prácticas de multiplicación de las «identidades» que son otros tantos procesos de subjetivación heterogéneos, procesos de subjetivación en devenir; identidades mutantes que despliegan un devenir múltiple, un devenir monstruo, una actualización de los «mil sexos» moleculares, del infinito de monstruosidad de los que el alma humana recela: las lesbianas, los transgéneros, los transexuales, las mujeres de color, los gays… La «crítica feminista del feminismo», al encontrarse con el pensamiento postcolonial y el de las mujeres de color, se ha concentrado en la «deconstrucción» del sujeto «mujer», y ha salido así de la trampa de los dos mundos (masculino / femenino) encerrados en uno solo (la heterosexualidad). Los «sujetos excéntricos» (Teresa de Lauretis), las «identidades fracturadas» (Donna Haraway), los «sujetos nómades» (Rosi Braidotti), piensan y practican la relación entre diferencia y repetición a partir del punto en donde se detiene Rancière (a través de esa extraña y «aporética» categoría de la «identidad post-identitaria»)

p.184-185

Los conceptos de género y de diferencia sexual del primer feminismo, construido sobre la lógica de la «demostración de la igualdad», no eran suficientes; producían el mismo obstáculo a la comprensión de las «relaciones de poder que se (re)producen incluso en el interior del mundo de las mujeres; relaciones que generan la opresión entre mujeres y entre las categorías de mujeres, y relaciones que ocultan o reprimen las diferencias internas en un grupo de mujeres, e incluso en el seno de cada una de ellas»*

Las mujeres no son una «clase» que fusiona las diferencias en un sujeto colectivo totalizador, sino una multiplicidad, un patchwork, un todo distributivo […]

[* Teresa de Laurentis, Soggetti eccentrici, Milan, Feltrinelli, 1999]

– Lazzarato, M. (2006). Por una política menor. Acontecimiento y política en las sociedades de control. Madrid: Traficantes de Sueños.